No, Luke Skywalker no es un genocida

Genocidio

«Genocidio». Qué palabra tan grande, tan ominosa y tan terrible. ¿Qué es un genocidio?
Según la RAE, un genocidio es:

Exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad.

La cuestión «política» fue un agregado soviético, como veremos más adelante. Hasta aquél momento, a nadie le había parecido que, por ejemplo, la persecución sistemática zarista de los socialdemócratas rusos fuera genocidio. Tampoco aparentó ser tal cosa el asesinato (o exterminio) sistemático de los comunistas y sindicalistas japoneses durante las décadas de los años veinte y treinta del siglo pasado. Tampoco fue «genocidio», o nadie lo plantea en estos términos, la represión inmediata tras la destrucción de la Comuna de París en 1871 en la que, por cierto, cerca de 20000 parisinos fueron ejecutados por el régimen republicano francés. Solo se le llama «genocidio», y eso a veces, a lo que se suele denominar de forma oficial como «Masacre de Indonesia de 1965 y 1966», en la que fueron ejecutados hasta tres millones de comunistas.

En cualquier caso, bajo esta definición, un genocidio podría ser una guerra, ¿no? «Eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de nacionalidad». Bien, bajo esta definición, cada uno de los bandos de una guerra convencional, inclusive una de las «limpias», estaría genocidiando al otro bando. Los británicos practicaron la «eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de política o nacionalidad» durante su intervención en la Segunda Guerra Mundial. No, no hablo de la hambruna de Bengala de 1943, genocidio en el que cerca de tres millones de personas perdieron la vida. Hablo de los combates convencionales contra los soldados alemanes. Claro, una guerra no es un genocidio. No en el sentido estricto de la palabra. Un crimen de guerra es una cosa muy diferente a luchar una guerra. De hecho el «genocidio» es un crimen de guerra distinto al de, no sé, fingir rendición. Ratko Mladić puede dar fe de ello. Entonces, para que un genocidio sea un genocidio, además de perder la guerra o de la incapacidad del perpetrador para hacer virar la opinión general a su favor, se presupone una cierta «indefensión».

Delito de Genocidio.
Se entenderá por “genocidio” cualquiera de los actos mencionados a continuación,
perpetrados con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional,
étnico, racial o religioso como tal:
A) Matanza de miembros del grupo;
B) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo;
C) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial;
D) Medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo;
E) Traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo.

No realmente. Este fragmento pertenece a la «Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio», un documento de las Naciones Unidas de 1948 que, a grandes rasgos, establece lo que es y no es un genocidio para el derecho internacional. En este sentido, este texto, mucho más extenso, no presupone «indefensión», sino intencionalidad por parte del genocida. La intención, hablando en plata, de erradicar la existencia de un grupo social concreto. Esto, de todos modos, es problemático. Como podréis observar, la Convención no contempla el exterminio sistemático por motivos políticos. ¿Por qué? Pues porque para la publicación del texto estamos inmersos en plena Guerra Fría, queridos lectores. Y para este momento todo el mundo estaba afilando los cuchillos. El intento soviético por salvaguardar sus intenciones en base a un humanismo ramplón, además, ha terminado por jugar en su contra. Raphael Lemkin, el teórico legal polaco de ascendencia judía que presentó el borrador, no preveía las causas políticas. Bajo sus parámetros:

Por «genocidio» nos referimos a la estructura de una nación o de un grupo étnico.Esta nueva palabra, acuñada por el autor para denotar una vieja práctica en su desarrollo moderno, está conformada de la palabra griega antigua genos (raza, tribu) y la palabra latina cidio (matar), así correspondiente en su formación a palabras como tiranicidio, homocidio, infanticidio, etc. En términos generales, el genocidio no significa necesariamente la destrucción inmediata de una nación, excepto cuando se logra mediante la matanza masiva de todos los miembros de una nación. Se trata más bien de significar un plan coordinado de diferentes acciones encaminadas a la destrucción de los fundamentos esenciales de la vida de los grupos nacionales, con el objetivo de aniquilar a los propios grupos. Los objetivos de tal plan serían la desintegración de las instituciones políticas y sociales, de la cultura, el idioma, los sentimientos nacionales, la religión y la existencia económica de los grupos nacionales, y la destrucción de la seguridad, la libertad, la salud, la dignidad y incluso las vidas de las personas que pertenecen a esos grupos. El genocidio se dirige contra el grupo nacional como una entidad, y las acciones involucradas están dirigidas contra individuos, no en su capacidad individual, sino como miembros del grupo nacional. (Lemkin; El dominio del Eje en la Europa ocupada).

¿Podríamos juzgar como «genocidio» el exterminio sistemático de fascistas? Depende de la posición política de uno. Un fascista dirá que sí, que efectivamente tal cosa es genocidio. Yo digo que no. Pongamos un ejemplo. Tras la liberación de Manchuria en agosto de 1945, los soviéticos, antes de entregar la región a los comunistas chinos, capturaron cerca de 10.000 miembros, todos ellos rusos étnicos, del Partido Fascista Ruso, afincado en Harbin. Konstantin Rodzaevsky, su líder, se entregó a las autoridades soviéticas y fue ejecutado en agosto del año siguiente. El resto de miembros capturados fueron, a grandes rasgos, condenados a trabajos forzados o ejecutados en el acto por las tropas del Ejército Rojo. ¿Es esto un genocidio? Yo creo que no. Yo creo que esto es, hablando en plata, justicia. De hecho, en términos objetivos, es justicia. Al fin y al cabo, el Artículo 58 del Código Penal de la República Socialista Soviética Federativa de Rusia decía:

«Una acción contrarrevolucionaria es cualquier acción encaminada a derrocar, socavar o debilitar el poder de los sóviets obreros y campesinos… y los gobiernos de la URSS y de las repúblicas soviéticas y autónomas, o al socavar o debilitar la seguridad externa de la URSS y los principales logros económicos, políticos y nacionales de la revolución proletaria».

Y, en el juicio a Rodzaevsky, se le encontró culpable de todos los subapartados del artículo a excepción del 58.6, «espionaje». La sentencia era clara: la muerte. ¿Qué por qué no es genocidio? Legalmente, según lo establecido por la ONU, no se trata de un ataque contra «un grupo nacional, étnico, racial o religioso», sino contra uno político. Pero, inclusive bajo la intentona soviética de incluir lo «político», la doble vara de medir está clara: el fascismo es una ideología nociva y asesina. «El fascismo en el poder, camaradas, es, como acertadamente lo ha caracterizado el XIII Pleno del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero», decía Dimitrov. En consecuencia, hay que desarmar al criminal antes que cometa el delito, cueste lo que cueste.

Si algo queda claro con lo que hemos visto hasta este momento es que, a todas luces, un genocidio no es, ni puede ser, algo definido en sentido amplio bajo una tipificación legal. Porque la ley y la jurisprudencia, a pesar de muchos, no es neutral. Siempre sirve a los intereses de uno u otro grupo social. La ley soviética era antiburguesa, la ley zarista, antiobrera. La ley de las Naciones Unidas es, en esencia, papel mojado. Nadie condena a los Estados Unidos por el genocidio étnico de nativos americanos. No en términos legales. Porque la correlación de fuerzas les es, al final, favorable. Ellos deciden qué es y qué no es un genocidio. Francia no ha tenido que justificarse por la guerra de Algeria, ni Polonia por las masacres antisemitas previas a la Segunda Guerra Mundial. La ley, de nuevo, es la sanción, el reconocimiento, si así se quiere decir, de una serie de hechos que se dan o se han dado en la vida de una o varias sociedades, con una pena aplicada. No se puede legislar sobre lo que no existe, como tampoco se puede legislar sobre lo marginal. Y esta ley no es «natural». El iusnaturalismo está caducado. El ser humano hace su propia historia, y es de esta historia y de la forma en que aparece que emana la idea de lo que es y no es correcto, de los derechos y deberes que debería tener cada uno.

«Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros».

Obviando que esto ni siquiera se respeta a día de hoy, me pregunto qué pensaría un patricio romano sobre esta afirmación. O un negrero sureño. O, qué demonios, la idea general que la sociedad alemana tendría sobre esta afirmación en 1938.

Entonces, de lo anterior podemos sacar dos cosas en claro. Bueno, tres, si contamos con que lo que es o no es un genocidio varía en función del día y del tribunero. La primera es que un genocidio se hace con la intención de exterminar un grupo social, indistintamente de la eficacia o la cifra masacrada. Es decir, lo importante es la dimensión cualitativa, y no cuantitativa del evento. La segunda es que lo que determina lo que es o no es un genocidio es, en suma, la misma concepción política del evento a analizar. Con esto en la mochila, vayamos al meollo de la cuestión.

El genocidio alderaaniano

Los estadounidenses lanzaron dos bombas atómicas, las únicas detonadas con una razón que no sea probarlas, los días 6 y 9 de agosto de 1945. Los objetivos eran civiles: las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. La cifra de muertes total ascendía a los 250.000 muertos pasados los dos primeros meses tras las explosiones. Esto, evidentemente, sin contar con los muertos por cáncer ulteriores o las víctimas que no tuvieron la suerte de morir pronto. El bombardeo indiscriminado contra civiles (que no es reconocido como genocidio, por cierto) fue una estrategia empleada extensivamente por el mando británico y estadounidense. Los casos de Dresde y Tokyo son los más conocidos. En Dresde, la RAF británica arrojó 4000 toneladas de explosivos entre los días 13 y 15 de febrero de 1945, dejando un saldo de 25.000 civiles muertos. El bombardeo de Tokyo, reiterado desde 1942, dejó un saldo de más de 100.000 civiles muertos y, por cierto, una prueba irrefutable de que el napalm era un arma utilísima. Ahora bien, la intencionalidad de los americanos y los ingleses (y esto me parece, como poco, discutible) no era el exterminio, sino la inutilización de infraestructura e industria clave y la destrucción de la moral enemiga. Los bombardeos atómicos perseguían otro fin: la demostración de fuerza frente a un Japón que, en contra de lo que dice el relato hegemónico extendido en la sociedad, se habría rendido sin la necesidad de las bombas, y frente a una Unión Soviética fuerte y con una influencia masiva entre la clase trabajadora europea. A petición del todavía Primer Ministro Winston Churchill, el alto mando británico presentó una propuesta, la «Operación Impensable», en mayo de 1945. El dossier concluía que:

«Es muy improbable que los Aliados puedan acometer una victoria completa y decisiva en este área [Europa] dadas las circunstancias actuales».

Así, las bombas eran «demostrativas». Tanto lo mismo se podría pensar en primera instancia de la intención del Imperio Galáctico al destruir Alderaan. Al fin y al cabo, el Gran Moff Wilhuff Tarkin dice:

«Puesto que os resistís a revelarnos la situación de la base rebelde, he decidido probar el poder destructivo de esta estación en vuestro planeta de origen, Alderaan. (…) Prosigan con el plan previsto, hagan fuego cuando estén a tiro. ¿Me tomáis por estúpido? Dantooine está demasiado lejos para una demostración eficaz. Pero no os preocupéis, pronto nos ocuparemos de sus amigos los rebeldes».

Así se sentenció lo que en el canon actual se denomina «el Desastre». La realidad, pero, es que la destrucción de Alderaan no fue solo «demostrativa». Tarkin, artífice de la matanza de Antar, estaba acostumbrado a emplear el terror en su carrera como estatista. De hecho, de entre todos los que se nos presentan en la saga, Tarkin es el mejor y más consumado terrorista de todos. Ahora bien, lo de Alderaan no fue solo «terror». Fue, y esto es mucho más importante, la decapitación de uno de los núcleos de la Alianza Rebelde. Fue, en última instancia, el exterminio de un pueblo que se negaba a plegarse al Imperio Galáctico. Lo de Alderaan, de haber ocurrido en nuestro mundo, sería un genocidio sin lugar a dudas. Porque «lo de Alderaan» no concluye con la destrucción del planeta. La caza de alderaanianos siguió. En el número 151 de «Star Wars Insider», la historia corta «Mil niveles abajo» nos presenta cómo el Imperio Galáctico empieza a detener, deportar y ubicar en campos de concentración a los ciudadanos coruscantíes que son «alderaanianos de primera y segunda generación». El hilo conductor de la serie de cómics «Princesa Leia», de 2015, es el intento de la ya mencionada no-Princesa y de su compatriota Evaan Verlaine por salvar a los alderaanianos restantes de la persecución del Imperio.

Con esto quiero dejar claras dos cosas. La primera es que me estoy cubriendo las espaldas, evidentemente. Todos habéis leído (espero) el título del artículo. La segunda es que el Imperio Galáctico, el gobierno fascista de las élites humanas del núcleo, llevó a cabo una limpieza nacional premeditada y sistemática del pueblo de Alderaan con motivaciones nacionales y políticas. Es decir, el Imperio Galáctico practicó, como ya había hecho antes y como seguiría haciendo después, el genocidio sistemático de un grupo social de forma premeditada.

La opción

La primera Estrella de la Muerte fue una estación de combate móvil de clase DS-1. Un vehículo militar de proporciones bíblicas. Una segadora de vidas y la culminación del sueño megalómano de un fascista fundamentalista religioso. Las vidas que transportaba la Estrella de la Muerte no eran civiles inocentes, sino soldados y personal militar que podía ser más o menos consciente de la finalidad del arma. Pero eso es irrelevante.

Star Wars se ha esforzado por humanizar al Imperio. A excepción de pocas historias, como la de Luceno o la serie de cómics Empire, los argumentos siempre son simplones. Es la propia saga la que se esfuerza por comparar rebeldes e imperiales afirmando que «igual no son tan distintos». Me parece, como ya comenté, que Andor hace un trabajo magnífico barriendo con estas bobadas. Pero el punto es que Star Wars, efectivamente, contiene decenas de historias desde la perspectiva de soldados del Imperio que sirvieron en la Estrella de la Muerte. «Desde cierto punto de vista» es, en el canon actual, el ejemplo más relevante. Todo aquél que sirve al Imperio en Star Wars lo hace por el «orden y la paz» o, por el contrario, termina pasándose a la Alianza Rebelde. Me parece que Rae Sloane, protagonista indiscutible de la saga Aftermath, es un magnífico ejemplo de lo que debe ser un personaje imperial: fascista. Sí, Sloane no es una demente como Gallius Rax, no comparte su visión de un imperio que aplique un «espartanismo» social naturalista. Pero no deja de ser fascista. Luego tenemos otros elementos, como el no tan bien llevado Agente Kallus, que tras una conversación con un alienígena (uno especialmente poco humano) en una luna perdida de la mano de Dios, deja de lado sus convicciones políticas (fascistas y claramente especistas/racistas) para pasar a ser un rebelde. Y luego tenemos a los pobres soldados de asalto y personal militar de la Estrella de la Muerte, que se alistaron por pasar hambre y cooperaron de forma pasiva con el aparato burocrático-estatal de un imperio genocida.

El superláser de la Primera Estrella de la Muerte.

Empecemos por los soldados de asalto. Según lo estipulado canónicamente, el casco blanco no es el infante del Imperio, sino el soldado ideológico. Es decir, el cuerpo de soldados de asalto es una rama independiente de la de la infantería del Ejército Imperial. Son soldados entrenados y disciplinados ideológicamente. De hecho, el programa para crear a los soldados de asalto de la Primera Orden de Hux padre, al que vimos en la última temporada del Mandaloriano y que tuvo gran protagonismo en la novela «Phasma», es un refinamiento del condicionamiento mental imperial. Los soldados de asalto son, en otras palabras, Schutzstaffel, SS. Y continuemos con el infante naval, con el operador armamentístico, con el teniente y hasta con el cocinero, si queréis. Tuvieron otra opción. La de estar al otro lado del campo de batalla. ¿Te mueres de hambre? Perfecto, tal cosa explica (y realmente así funciona) el sometimiento al régimen criminal que pudre la galaxia. Pero ello no exime de culpa y responsabilidad. «La historia reparte las cartas, pero el hombre las juega». A bordo de la Estrella de la Muerte habían 1,206,293 de fascistas por acción o inacción. Ninguno de ellos se opuso a la destrucción de un planeta, al exterminio de dos mil millones de vidas. Ninguno de ellos pensó en ningún momento que, tal vez, morirse de hambre es una razón por la que alzarse y no arrodillarse. Ninguno de ellos se opuso al terror del Imperio. Y por ello, todos ellos, genocidas del primero al último, pagaron las consecuencias. Se hizo justicia, y los genocidas fueron exterminados por la mano de un campesino.

Luke Skywalker no fue un genocida. Este artículo no es una defensa del significado narrativo de su acción, sino una reivindicación. El debate pseudo-intelectual que desde hace ya unos años ronda por redes es fruto de la mayor de las indigencias intelectuales. «Mató mucha gente». «Muchos de ellos no tenían ni idea». «Las razones por las que servían en el Imperio eran muy diversas». Hemos visto que el debate real acerca de lo que es o no es un genocidio es, como poco, complejo. Pero no contempla ninguna de las casuísticas mencionadas en los vídeos de los gurúes de la lectura «apolítica» de la saga. La Alianza Rebelde actuó como lo hizo medio mundo contra la horda fascista. Luke Skywalker destruyó un Enola Gay de dimensiones bíblicas. No era culpa suya, ni su responsabilidad, que el destructor de mundos encerrara a un millón de genocidas. E hizo bien disparando. Evitó muchos, muchísimos genocidios más.

Siempre digo que Star Wars no existe en el «éter». Las decisiones creativas, conscientes o no, reposan sobre la concepción de los autores del mundo real. Y el público registra y comprende la obra en base al mundo real. Hablar de Star Wars es hablar de nosotros, de la política y la filosofía de nuestro mundo, se sepa o no. Y la obra magna del cuñadismo profesional de Star Wars es el vídeo clickbaitico titulado «¿Luke Skywalker, el genocida?», o algo por el estilo. Hay que tener muchísimo valor para, en un ejercicio de profundo desconocimiento, retorcer de esta forma el mensaje de una obra que, por más que maniqueo y manipulable, considero acertado en lo esencial: que está bien rebelarse, cueste lo que cueste. En este caso, contra el mal de un Imperio, remarco, fascista y genocida.

Así que no, Luke Skywalker no es un genocida. Mató a más de un millón de desgraciados. Luke Skywalker es un héroe.

Darth Zephan
Darth Zephan
No soy fan de Star Wars.

1 COMENTARIO

Los comentarios están cerrados.