Sombras invisibles. Capítulo II: Información sesgada

El futuro de la República está en juego. Kon Tobara y los clones Wounds y Troncos han sido enviados a Mimban por el Canciller Supremo con el objetivo de realizar una misión vital para poder hacer frente al ejército droide separatista.

Mientras que el biólogo bothan se muestra desconfiado por lo que hace al éxito de su viaje, los dos clones, acostumbrados a las situaciones difíciles, esperan ansiosos comenzar la tarea que les ha sido encomendada.

Después de atravesar las regiones del Núcleo, de las Colonias y entrar en la Región de Expansión, los miembros de la tripulación de El Pionero están a punto de aventurarse en un planeta totalmente desconocido…

La lanzadera apareció de repente en la órbita de Mimban. Delante de El Pionero, una enorme esfera verde y azul cubierta de nubes brillaba en la oscuridad. BG-23 se dirigió a los controles de la nave y la hizo descender hacia la superficie del planeta.

—El aterrizaje puede ser un poco brusco. Recomiendo que no os levantéis de vuestro asiento hasta que no estemos posados sobre el suelo.

—Yo voy a preparar la munición. Seguro que no es para tanto —dijo Wounds, ignorando las recomendaciones del androide y dirigiéndose hacia la parte trasera del transporte. Justo en ese momento, un relámpago impactó contra la parte derecha del casco de la lanzadera, haciendo que esta se balancease y que el clon diera una voltereta en el aire antes de caer al suelo—. De acuerdo, quizá sí que es para tanto.

Mientras el clon se levantaba y volvía a su asiento, El Pionero seguía atravesando la tormenta zarandeado por los fuertes vientos, hasta que pudo aterrizar en una pequeña llanura entre los árboles. Enseguida, Troncos se dirigió al panel de comunicaciones de la nave:

—De acuerdo, vamos a comprobar si recibimos alguna cosa. Según los datos, las interferencias provenían de esta zona de Mimban.

En unos instantes, un leve pitido empezó a sonar y en el radar del panel apareció un punto rojo. Marcaba el lugar de origen de una transmisión desconocida.

—Parece que tenemos lo que queríamos —susurró Wounds mientras entregaba un dispositivo portátil de rastreo a Troncos. Este lo conectó a las comunicaciones de la nave y descargó la localización. Seguidamente, los dos clones, y tras ellos Tobara, salieron de la nave y se quedaron vigilando en la parte baja de la pasarela, observando el entorno que les rodeaba. El Pionero estaba rodeado por una espesa jungla y una capa de niebla densa que no permitía ver más allá de diez metros. Gritos de algún animal se escuchaban a lo lejos mientras una suave brisa hacía mover las hojas de los árboles—. Sin duda, si algo me produce este planeta es confianza.

El bothan, empuñando el DC-17 que le había entregado Troncos en Coruscant, se adelantó e hizo una seña a sus compañeros para que le siguieran.

—¡23! —se dirigió Wounds al droide de protocolo, que les estaba observando desde el marco de la puerta de la nave—. Nos pondremos en contacto contigo una vez encontremos lo que hemos venido a buscar. Mantente atento.

—De acuerdo, señor. Hasta pronto —respondió el piloto, mientras la pasarela de la nave subía y el androide desaparecía detrás de esta.

Seguidamente, los dos clones y el bothan se adentraron en el bosque, en dirección al punto de origen de la transmisión. Cuando llevaban poco más de cinco minutos andando entre la maleza, Kon se detuvo bruscamente e hizo una seña a sus compañeros:

—¿Habéis oído eso? —dijo mientras señalaba hacia el lado derecho del sendero. De pronto, los arbustos se zarandearon y, segundos después, un pájaro sin alas de unos tres metros de altura apareció delante de ellos. Estaba cubierto de plumas negras y verdes oscuras, y tenía un pico alargado y de color grisáceo. Además, sus ojos brillaban con un intenso color amarillo, destacando por encima del resto de su cuerpo. Después de que la bestia rugiera y llenara de saliva a Tobara, él y los clones salieron corriendo.

—¡Sin duda, lo hemos oído! —gritó Wounds, mientras el animal les perseguía. Las ramas de los árboles les arañaban la cara y la humedad de la niebla se mezclaba con su sudor. De pronto, escucharon al pájaro aullando de dolor y cayendo al suelo. Sin mirar atrás, los tres siguieron corriendo, queriendo asegurarse de que realmente no había ningún peligro, hasta que se encontraron con un obstáculo en su camino. Una lanzadera maxilípeda con evidentes quemaduras y daños parecía haberse estrellado allí hacía un tiempo. Ni los desperfectos ni la vegetación que había empezado a desarrollarse en el casco de la nave impedían que aún fuera visible la insignia de la Confederación de Sistemas Independientes. Mientras Tobara resoplaba después de la huida, Troncos y Wounds examinaban la pantalla del dispositivo de rastreo.

—Parece que la señal que recibimos proviene del interior de la nave —dijo Troncos—. Ahora la pregunta es cómo conseguiremos entrar.

La puerta de la nave parecía bloqueada después de haberse hundido, probablemente a causa de un duro golpe contra el suelo, pero a Wounds no le importó lo más mínimo. Se acercó decidido a la parte delantera de la lanzadera, levantó su pierna derecha y dio cuatro fuertes patadas contra el cristal de la cabina. Después de un fuerte estruendo, el clon se dirigió a sus compañeros:

—Ya tenemos una entrada. ¿Quién es el primero? —preguntó mientras sacudía su pie, intentando deshacerse de los restos de cristal que se le habían quedado pegados.

Kon fue el primero en entrar en la nave, y enseguida se fijó en una mesa situada al fondo de la cabina. Encima de esta, había una caja de duracero. Al verla más de cerca, pudo distinguir en la parte superior una pantalla que brillaba con luz tenue.

—Es un sistema de cierre de alta seguridad —aseguró Troncos, que también se había acercado a la caja—. Lo había visto antes en los almacenes de Kamino. No es tecnología separatista. Para poder abrirlo, se necesita un código genético concreto.

Sin ningún miramiento, Wounds desenfundó su DC-15A y realizó dos disparos contra la pantalla. En poco menos de un segundo, la caja se abrió y cuatro luces rojas parpadeantes se encendieron en cada uno de sus lados .

—¿Puedes parar ya de usar la fuerza sin pensar? —exclamó Troncos—. ¿No se supone que somos mejores que los droides?

— Lo siento. ¿Pero ha funcionado, no? – respondió Wounds, con una sonrisa.

Tobara, mientras los dos clones discutían, se fijó en el pergamino que había dentro de la caja. En él, había un texto escrito en un extraño sistema cuneiforme que acompañaba un dibujo que parecía hecho a mano. Se trataba de una representación de Mimban y de algún tipo de estructura desconocida situada en el polo norte del planeta.

—¿No se suponía que buscábamos los planos de algún tipo de artefacto tecnológico? —preguntó el bothan—. Lo único que señala este mapa es un lugar concreto en Mimban.

Queriendo comprobar si realmente eso era lo que buscaban, Troncos comprobó el dispositivo de rastreo:

—Efectivamente, la señal proviene de esta caja. El Canciller debió equivocarse cuando nos dio la información.

Tobara cogió el mapa y se lo guardó en un bolsillo. De pronto, un fuerte estruendo sacudió la cabina. De una patada, un droide comando BX hizo salir disparada hacia los controles la puerta que conectaba con la parte trasera de la nave. Iba equipado con dos vibrocuchillos de medio metro de longitud, y de sus ojos emanaba una potente luz blanca. Justo después de entrar en la sala, el droide se abalanzó encima de Wounds, que pudo frenar el golpe con la cuchilla equipada en su rifle bláster. Troncos apuntó al droide para defender a su compañero, pero, de un golpe, este lo mandó al suelo. En ese momento, el comando se centró en el soldado caído pero, cuando el vibrocuchillo de su brazo izquierdo ya estaba en el cuello del clon, un rayo azulado atravesó su cabeza. Kon Tobara, empuñando su DC-17, se encontraba paralizado después de haber disparado un arma por primera vez en su vida.

—¡Ja! La suerte del principiante… —dijo Wounds mientras daba una palmada en el hombro del bothan—. ¿Se puede saber de dónde ha salido este?

Después de incorporarse de nuevo, Troncos señaló la caja que habían abierto hacía pocos minutos:

—¿Véis las luces rojas que parpadean? Quizá se trate de algún sistema de alarma que ha activado a nuestro atacante.

—En fin, este problema ya está solucionado. Ahora debemos llegar al punto marcado en el mapa que hemos encontrado —Wounds cogió su comunicador y abrió una vía de comunicación—. 23, necesitamos que nos vengas a recoger en la posición que te envío justo ahora.

—En unos instantes estaré allí, señor —resonó la voz de BG-23 a través del altavoz.

Los dos clones y el biólogo salieron de la lanzadera por el mismo sitio por el que habían entrado, y esperaron apoyados en el casco de la nave la llegada de su transporte. Al cabo de pocos minutos, El Pionero se encontraba delante de ellos con la pasarela bajada y, una vez subieron, despegó en dirección al polo norte de Mimban. Después de un breve vuelo, la lanzadera aterrizó cerca de la base de una montaña rocosa y yerma, sin ninguna vegetación en su superficie. Los cuatro tripulantes abandonaron la nave y se quedaron observando el monte.

—¿Y qué se supone que tenemos que encontrar aquí? —preguntó Wounds, confundido por la aparente falta de interés que comportaba lo que habían encontrado.

Kon Tobara sacó un escáner de su bolsillo y lo dirigió hacia la montaña. En unos segundos, apareció en una pequeña pantalla un esquema topográfico del terreno y, después de observarlo, el bothan se dirigió a sus compañeros:

—Está vacío. El monte está vacío.

Antes de que los clones pudieran responder, una veintena de individuos de piel rojiza y cubiertos de armaduras hechas con huesos salieron corriendo y gritando de la selva. Sin que tuvieran tiempo de reaccionar, los miembros de la tripulación de El Pionero quedaron rodeados por los indígenas, que los amenazaban con hachas.

Continuará…