Sombras Invisibles. Capítulo III: La luz escondida

El miedo rodea al biólogo Kon Tobara y a los clones Wounds y Troncos. Embarcados en una misión en el planeta Mimban con el fin de conseguir una información muy valiosa para la República Galáctica, las sorpresas abundan a su alrededor.

Después de un enfrentamiento con un droide comando que custodiaba una caja de alta seguridad separatista, Tobara y sus dos compañeros han conseguido algo que no esperaban. Creyendo que buscaban datos relacionados con un nuevo proyecto tecnológico de la Confederación de Sistemas Independientes, han encontrado un mapa que indica una localización en el hemisferio norte de Mimban.

A bordo de El Pionero, pilotado por el androide BG-23, los clones y el bothan han llegado a la posición marcada, pero los cuatro tripulantes se han visto sorprendidos por los miembros de una tribu desconocida, que ahora les amenazan con sus armas…

Los humanoides de piel rojiza mantenían su mirada fija en los extranjeros. Mientras tanto, el nerviosismo crecía en el cuerpo de Tobara, Troncos y Wounds que, a la vez, se mantenían cautos para no provocar a sus asaltantes. De pronto, las lanzas que les apuntaban dejaron de hacerlo. Los miembros de la tribu habían girado su mirada hacia la selva y observaban a una figura cubierta con una túnica grisácea. Abrieron el círculo que habían formado alrededor de los enviados por la República y dejaron pasar al ser, que se paró justo delante de estos e indicó a dos de los hombres de color rojo que se acercaran.

—Somos pacíficos, no tenemos malas intenciones —se dirigió Kon a la figura encapuchada.

—Según lo que ocurra, quizá deje de ser así —dijo Wounds, que se preguntaba si debía coger su arma para defenderse, aún arriesgándose a las represalias.

El ser vestido con la túnica giró su cabeza hacia el clon y empezó a hablar básico:

—Creo que no está en condiciones de amenazarnos —se impuso la extraña figura—. Si colaboráis, no os haremos daño.

Seguidamente, realizó una seña a los dos miembros de la tribu que se habían acercado y estos ataron con una cuerda las manos de los cuatro tripulantes de El Pionero, y les obligaron a andar hacia el interior de la selva, acompañados por el resto de la tribu.

Después de unos minutos andando entre la maleza, los hombres rojos y sus prisioneros llegaron a su asentamiento. Se trataba de un pequeño poblado rodeado por una muralla de unos cinco metros de altura y formada por troncos con la parte superior afilada. Para poder acceder a la fortaleza, existía una única entrada, que estaba custodiada por cuatro guardias vestidos con armaduras de huesos, esta vez pintados de negro. Además, dos de los guardias cabalgaban a unos enormes pájaros que parecían ser de la misma especie que había atacado al grupo de exploración de la República después de llegar a Mimban.

—¡Ey! —gritó Troncos a uno de los guardias, que le acababa de pegar con el mango de su lanza para que se apresurara después que hubiera reducido la marcha, impresionado por la anticuada arquitectura del poblado—. Tranquilo, ya sigo andando.

En el interior de la muralla, pequeñas calles adoquinadas se abrían paso entre casas de piedra y madera y, al final de la la vía principal, destacaba una torre por encima del resto de las edificaciones. Una vez llegaron delante de esta, Tobara, los dos clones y BG-23, acompañados de dos de los hombres rojizos y la figura encapuchada, entraron en el edificio y se dirigieron hacia una amplia sala, la cual tenía las paredes cubiertas de pieles de distintos animales. En el centro de la habitación había una mesa de madera rectangular decorada con huesos, y, detrás de esta, una silla plateada.

—Explicadme qué habéis venido a hacer a mis tierras —preguntó el hombre de la túnica a sus prisioneros.

—Estamos buscando una extraña estructura cerca de la montaña donde nos han capturado— respondió Kon—. Encontramos un mapa que nos llevó hasta allí.

—Espera, no sigas hablando —frenó Troncos al bothan—. ¿Quién eres? No te hemos visto la cara en ningún momento. Si quieres más información, quiero saber con quién estamos hablando.

La figura asintió y se bajó la capucha. Los prominentes cuernos de su cabeza quedaron al descubierto. También tenía la piel rojiza, pero era diferente al resto de la gente de ese poblado: era un devaroniano.

—¿Satisfecho? —dijo el hombre—. Ahora contadme por qué la República ha enviado a un grupo de sus hombres a Mimban.

Wounds, sorprendido, se dirigió al devaroniano:

—¿Cómo puede un miembro de una tribu de un planeta primitivo conocer a la República Galáctica?

El ser cuernudo cogió una caja que tenía encima de la mesa y la abrió, sacando un cilindro de madera de dentro. Pero este tenía algo especial. Una pequeña protuberancia sobresalía en uno de los lados, una protuberancia que el devaroniano presionó, haciendo que un haz de luz de color azul emergiera del cilindro.

—De acuerdo… Ahora lo entiendo… —susurró el clon, después de la revelación del Jedi.

—Me llamo Vrye. Fui miembro de la Orden Jedi de la República hasta poco antes del inicio de las Guerras Clon. Después de que el lado oscuro volviera a amenazar a la galaxia, los Jedi no fueron capaces de contar la realidad a los ciudadanos, escondiendo una verdad que creíamos desparecida desde hace un milenio.

—¿De qué está hablando? Los Jedi son vitales para la supervivencia de la democracia —dijo Troncos, visiblemente indignado por las afirmaciones del devaroniano.

—¿Habéis oído hablar de los Sith? —preguntó Vrye después de levantarse de su silla y empezar a deambular por la sala.

—Sí, formaban parte de una orden que controlaba el lado oscuro de la Fuerza, utilizando el odio y el miedo —respondió Tobara—. Pero desaparecieron hace cientos de años.

—Y aquí encontramos la gran mentira. Los «vitales para la supervivencia de la democracia» saben que no es así. Poco antes del nombramiento de Palpatine como Supremo Canciller, un Sith zabrak asesinó al caballero Jedi Qui-Gon Jinn y fue ejecutado posteriormente por el Padawan de este. Pero la Orden tiene la certeza que este no era el único Sith y, sin embargo, ha decidido ocultar este hecho a la opinión pública.

—Aún así, sin los Jedi, ya habríamos perdido la guerra contra los Separatistas —dijo Wounds.

—O quizá no hubiera empezado el conflicto —especuló Vrye—. Y ahora, por favor, contadme qué quiere la República de Mimban.

Continuará…